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El desierto israelí donde se ensaya la España del cambio climático

Máquinas que extraen agua del aire o que producen gas a partir de basura, plantas desaladoras, edificios ‘inteligentes’… Israel ha transformado su árido territorio para poder vivir en él, aunque algunas soluciones tienen también un impacto ambiental

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Las señales en la carretera advierten del peligro de que se cruce un camello. Estamos atravesando el corazón de un desierto, el del Néguev, un nombre que significa seco y que describe sin florituras sus 13.000 kilómetros cuadrados de aridez. A lo lejos se divisa una bola de luz cegadora. Cuando la vista se acostumbra, se distingue una torre, que resulta ser la central termosolar más alta del mundo, la de Ashalim.

Con sus 250 metros de altura, es difícil no reparar en esta construcción, el corazón de un complejo en el que se va a obtener energía solar termal, fotovoltaica y gas natural. Esta instalación de alta tecnología en medio de la nada es un ejemplo de cómo Israel está transformando este inhóspito desierto que ocupa más de la mitad del país en un lugar en el que se puede vivir y en un aliado para abastecerse de energía.

No tenía muchas otras opciones. En una nación en la que el 60% de su territorio está ocupado por el desierto y en la que la tierra y el agua son motivo de conflicto con sus países vecinos, el desarrollo de tecnologías para obtener energía, agua y alimentos en un entorno como éste resultaba imprescindible. La ciudad más grande en el Néguev es Beerseba (200.000 habitantes) pero la hoja de ruta para que los israelíes se establecieran en el desierto se concibió en un lugar mucho más pequeño. Fue en el kibutz Sde Boker donde David Ben-Gurion (1886-1973), el primer primer ministro del Estado de Israel, vio que «la capacidad científica e investigadora de Israel sería puesta a prueba en el Néguev«. Lea mas